En un momento como el actual, con una crisis que se ceba en las clases más desfavorecidas y con una incapacidad de dar una respuesta contundente que pare este ataque a los derechos sociales y laborales, hablar de un movimiento social como el MST es como un soplo de aire fresco, y aunque las circunstancias son muy distintas, su ejemplo de organización, lucha y educación bien podrían ser un foco de inspiración para todos aquellos y aquellas indignados y que buscan nuevos caminos hacia esta sociedad soñada con más justicia y menos desigualdad.

Bajo el lema: Ocupar, resistir y producir, el MST organiza a los campesinos que no tienen tierra para ocupar zonas improductivas. Para ello pueden agruparse desde 300 familias hasta 3.000, normalmente personas que viven en los barrios pobres de las grandes ciudades después de haber sido expulsados del campo. Salir de la pobreza y volver a vivir del trabajo en el campo es lo que empuja a estas familias a agruparse en torno al MST y empezar el proceso de ocupación y resistencia.
Desde que empezó el Movimiento no han parado de ocupar tierras, de organizar la producción, de construir escuelas y de formar a nuevos militantes. En este momento unos dos millones de personas viven y trabajan en las tierras ocupadas y/o legalizadas. Existen cientos de asociaciones campesinas y cooperativas de producción. En abril del 2010 se contabilizan cerca de dos mil escuelas en sus campamentos y asentamientos y en su Escuela Nacional Florestán Fernández han pasado 16.000 jóvenes para formarse política y técnicamente. Mientras, unas 60.000 familias están acampadas en espera de legalizar las tierras ocupadas.
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